Sangre

Yo soy de las personas aprensivas en cuanto a donar sangre. ¡Hay algo acerca de las agujas siendo clavadas en mi cuerpo que no me causa ningún placer! Pero he tenido que aceptar que hay exámenes de sangre que son necesarios. No fue hasta recientes generaciones que los doctores descubrieron que puedes saber mucho de una persona por su sangre. La Biblia lo supo desde siempre; citando la sangre como la vida del cuerpo. La sangre es la que lleva el oxígeno alrededor de nuestro cuerpo y sin eso no podemos vivir. También tiene muchos marcadores que indican si hay signos de cáncer u otras enfermedades. La sangre también lleva contaminantes fuera de nuestro cuerpo que se filtran en diversos órganos, así como también transporta nutrientes. La sangre tiene el poder de sanar una cortada al formar la costra, la sangre se puede reproducir y nos indica nuestro ADN, nuestros orígenes y nuestra ascendencia familiar.

Jesús dijo que tomemos el pan y el vino, y que el vino nos recuerda Su sangre que nos limpia de todo pecado. ¡Qué imágen esa, de la sangre humana transportando contaminantes fuera del cuerpo, en una época en la que no tenían conocimiento de la función y los mecanismos de ese cuerpo! Cuando aceptamos a Jesús y tomamos del pan y del vino, en sentido figurado ingerimos Su sangre y nos convertimos en parte de Su cuerpo. Su sangre de vida fluyendo por nuestras venas, limpiándonos en un sentido espiritual. La sangre de Jesús sana, limpia y reproduce a Cristo en nosotros.

A mi me cautiva el pensamiento de que ahora tenemos un ADN divino. Nuestra sangre desciende directo del hijo de Dios. Somos hijos de Dios. Cuando tomamos del pan y el vino, en sentido espiritual, estamos reafirmando que es Su sangre, Su ADN, que está entrando en nuestras vidas.

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