Un trono

Cuando pensamos en un trono, nos viene a la mente quién se sienta en él, quién rige y reina sobre un lugar en particular. En siglos pasados, algunos que se sentaban en el trono eran buenos líderes, otros eran malos líderes. El trono nos habla de autoridad, poder y juicio y aquellos que se sientan en ese trono a menudo tuvieron el poder de la vida y la muerte ante quienes se presentaban delante de ellos.

Hay un trono en el cielo y hay uno que está sentado en él, el eterno YO SOY. Dios, el juez de toda la tierra es asombroso, majestuoso, y todo poderoso. Su trono es descrito en Apocalipsis capítulo cuatro como rodeado por un arcoiris que brilla como una esperalda con 24 ancianos en tronos más pequeños y cuatro bestias que representan el pináculo de varios aspectos de su creación. Del trono salían rayos, truenos y voces. Todos aquellos delante del trono le adoraban al que estaba sentado sobre el trono, y semejaban jaspe y cornalina y cantaban: “Digno eres, Señor, de recibir la gloria, la honra y el poder; porque tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas.”

Existe un trono en cada corazón. Lo único que hace la diferencia es quién o qué se sienta sobre ese trono. Nunca podemos ser más grande que lo que adoramos. Algunos tronos están ocupados por el dinero, el poder, la fama, celebridades, amigos, familia, placeres, adicciones o hasta ellos mismos. Si hemos invitado a Jesús a entrar en nuestro corazón, entonces es Él quien debe estar sentado en nuestro trono. Es Su lugar merecido. Dios es nuestro creador. Jesús es nuestro Redentor y no compartirá su trono con ningún otro.

Tú tienes un trono en tu vida. ¿Quién se sienta sobre él? ¿Qué o quién es adorado por ti y cuáles mandatos sigues? Cualquier otro que no sea el Rey de reyes y el Señor de señores es un usurpador.

REALIZA TU VISIÓN.

Nuestro contenido puede apoyar a tu iglesia u organización con estrategias para evangelismo más efectivo y discipulado.