Recientemente estuve en Vietnam y fui a visitar el mausoleo de Ho Chi Min. Es un edificio muy grande que se encuentra en el área de un parque inmenso en Hanoi central. Lo que más me asombró fue la cantidad de Vietnamitas que iban a rendir homenaje a ese antiguo dirigente. Me había ocurrido lo mismo antes, en Corea del Norte, donde millones de personas visitaban el lugar de nacimiento de Kim Il Sung.

En el caso de Vietnam, existe lo que aparentemente es el cuerpo preservado de Ho Chi Min expuesto allí. Esto me puso a pensar: Yo he estado en Israel y he visitado el pueblo donde nació Jesús, el lugar donde Él creció, los lugares donde Él ministró, predicó e incluso el posible lugar donde Su cuerpo estuvo tendido por tres días. Pero nunca visité Su mausoleo. ¿Por qué? Porque no existe. Su cuerpo no fue preservado por un embalsamador sino por el poder de resurrección de Dios. No hay que hacer filas para ver Su cuerpo muerto; Él está vivo. Recordamos Su muerte, pero nos regocijamos por Su resurrección. Él venció la muerte y el infierno. Su cuerpo no está solo preservado, sino que fue transformado a un cuerpo glorioso que desafía todos los aspectos de las limitaciones humanas. Las paredes no son obstáculo para el cuerpo resurrecto, las cuales traspasa sin problemas, desafía la gravedad y no se envejece ni lo vence enfermedad o fragilidad. Trasciende toda experiencia existente de la humanidad.

Jesús dijo: “dejen que los muertos entierren a los muertos”, pero nosotros que estamos vivos en Cristo tenemos un futuro eterno glorioso. Somos Su cuerpo, una evidencia global viviente de Su poder de resurrección. «Las cosas que ningún ojo vio, ni ningún oído escuchó, ni han penetrado en el corazón del hombre, son las que Dios ha preparado para los que lo aman.» 1 Corintios 2:9

Por tanto, podemos honrar o rendir respeto a nuestro pasado, pero nuestro foco debe estar en el glorioso futuro que nuestro Salvador está preparando para nosotros.